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Roger Canals en
25 jul 2022

El 17 de mayo de 2022, los miembros del proyecto Visual Trust celebraron el primer seminario interno con la profesora Emiko Ohnuki-Tierney. El debate giró en torno a su destacado libro Flowers that kill. Communicative Opacity in Political Spaces (2015). 

Durante el debate se abordaron muchos temas diferentes y fascinantes -el lugar del oculocentrismo en el pensamiento occidental en comparación con la cultura japonesa, el estatus del Emperador (o Dios) como "significado cero", o el significado del Arroz como símbolo que representa el Yo japonés.  Sin embargo, en este breve artículo, que debe leerse más como un borrador que como un resultado final, me gustaría discutir la propia idea de "opacidad simbólica" y conectarla con el estudio de las imágenes y, concretamente, con el análisis antropológico de la Farsa. Solemos partir de la base de que los símbolos transmiten significados. Utilizamos símbolos para expresar intenciones e ideas abstractas, y si la comunicación funciona es porque estos símbolos son correctamente entendidos por los demás. Esto es lo que hace posible la vida social.  

Lo que la profesora Ohnuki-Tierney destaca es que la opacidad es una característica intrínseca de la comunicación simbólica. "Opacidad" significa esencialmente que el "emisor" del mensaje puede tener intenciones ocultas que no son advertidas por quienes lo reciben. Los kamikazes japoneses recibieron flores de cerezo como símbolo de su muerte sacrificial por la nación, sin ser conscientes de este significado simbólico.  Por lo tanto, los símbolos no son transparentes y tienen intenciones ocultas. Esto ha sido utilizado históricamente por los regímenes totalitarios para controlar y manipular a la sociedad civil. Sólo me pregunto si esta idea de opacidad podría "desprenderse" de la centralidad del emisor de símbolos y situarse en la figura del "receptor" y, más radicalmente, en la vida del propio símbolo. Sabemos que la recepción no es (o no necesariamente) un acto pasivo. En otras palabras, la recepción es una forma de re-significar lo que se recibe. Así, cuando recibimos un mensaje (llamémoslo "un símbolo") lo que hacemos en realidad no es sólo "entender" un significado, sino reformularlo según nuestros propios supuestos. Y este acto puede tener una dimensión política y transgresora basada precisamente en la idea de "opacidad".  

Pensemos en el caso de las llamadas religiones afroamericanas. Es ampliamente conocido que durante la conquista los españoles impusieron un conjunto de imágenes religiosas a las comunidades indígenas y afrodescendientes. Este proceso de evangelización no fue sencillo, ya que la mayoría de estas poblaciones emprendieron un proceso de reprobación simbólica y reinventaron los símbolos que se vieron obligados a aceptar. En la mayoría de los casos, los españoles no se percataron de ello. Así que la opacidad, en este caso, se operó principalmente desde el lado de los "receptores". En realidad, este marco teórico desafía la propia distinción entre emisor y receptor, y nos invita a entender la comunicación como un compromiso mutuo destinado no sólo a crear sentido y entendimiento compartido, sino también a "contrabandear" intenciones ocultas.

Por último, la propia noción de "opacidad" puede aplicarse a la "vida social de los símbolos". La idea de que los "emisores" y los "receptores" utilizan estratégicamente la opacidad simbólica para transmitir significados ocultos se basa en la suposición de que los símbolos señalan a los sujetos que tienen agencia e intencionalidad. Sin embargo, una vez que un símbolo (léase: una imagen) es "arrojado" al mundo, puede adquirir nuevos significados y funciones que no están directamente relacionados con la intención de un sujeto. Las imágenes (y los símbolos en general) tienen una autonomía parcial. En este caso, su opacidad se mantiene, pero como una potencialidad permanente.  Por ejemplo, las fotografías de guerra tienen una larga historia. Sabemos que un número importante de fotografías de guerra antiguas eran en realidad "falsas". Las imágenes se manipulaban o se basaban en la puesta en escena. Su intención inicial era orientar y manipular a la opinión pública. 

Sin embargo, hoy en día algunas de estas imágenes están siendo realizadas por artistas para reflexionar sobre la "posfotografía y la evidencia visual". Algunas han adquirido cierta celebridad y se han convertido en una especie de mercancía visual, y otras son muy utilizadas en algunas clases de linaje para explicar la historia de la fotografía. La opacidad inicial sigue ahí, pero ya no funciona como tal. Sin embargo, gracias a la existencia de estas imágenes, existen nuevas formas de falsificación visual (y de opacidad simbólica). En cierto modo, su potencial como comunicación simbólica se ha "transferido" a otros símbolos, en una especie de genealogía de lo falso (o de la comunicación simbólica). La opacidad simbólica y la falsedad deben estudiarse desde una perspectiva relacional. Y aunque creamos que lo sabemos todo sobre estas imágenes (es decir, que ya no son opacas para nosotros) la posibilidad de opacidad persiste. 

Este es el asombroso poder de los símbolos (y de las imágenes por extensión): cuanto más se analizan, más superan cualquier forma de análisis mediante un proceso permanente de diferenciación.  

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